¿LEY DEL ARTISTA O LEY PARA EL ARTISTA?
El dependentismo estatal
Este asunto de la Ley del Artista, en los últimos días, y tras las negativas de sectores de avalar la propuesta emitida por parte del Ministerio de Culturas y Turismo, despertó nuevamente el debate por la Ley de Culturas. De la misma manera, indujo a la manifestación de sectores que no se sienten representados, por aquellos organismos que lograron cohesionar algunos de estos.
Este ambiente de discrepancias, en esta visión ambigua del arte y la cultura, solo coincide en que Bolivia necesita urgentemente una Ley de Culturas, que conjuntamente con otras normativas específicas, permita un cambio de paradigma, y un ordenamiento de la caótica e inerme realidad cultural -en términos de institucionalidad-, además de garantizar ciertas consignas que son elementos en común para casi todos los sectores, visibles e invisibles, para el Estado.
Sin embargo, notamos encendidas reyertas verbales en algunas de sus reuniones, donde –al parecer-, todos quieren algo de la torta subvencional del Estado, o el Estado quiere consolidar su posición recurrente de mecenas. Un camino muy desatinado, según algunos analistas, por la limitación de libertades a cambio de “privilegios”. Además de colocar fronteras a las acciones creativas de los artistas, y sin mencionar el darwinismo sociocultural que ocasionaría.
Lo cuestionable en este debate por la diversidad de propuestas sectoriales, es que en su mayoría, se tropieza con la zanca del dependentismo estatal y su tutelaje. Una lógica que aún no se supera en los mecanismos de gobernabilidad y ciudadanía. Es una cuestión histórica que se hereda. Nos hacen creer, casi de manera común, que necesitamos vitalmente de un “mesías” personificado o institucionalizado para depender de este. Un tema que se debe debatir desde las ciencias sociales, apropósito de nuestra realidad. Pero, dejémoslo para más adelante.
Crítica al individualismo sectorial
Algunos percibimos que se confunde las necesidades y aspiraciones de las células artísticas (y hasta personales en algunos casos, de forma subrepticia), con aquellas que deberían de procurar el desarrollo de los -otros- involucrados, que no necesariamente forman parte de la práctica artística y cultural, al que pertenecemos cada quien. Me incomoda que - sin haber aprendido de los errores y fracasos de anteriores convocatorias-, hoy, cada quien siga velando por sus intereses sectoriales, muchos de manera caprichosa.
Leo, observo, escucho, casi todo lo que se debate al respecto, y solo llego a la misma conclusión; que cada quien tiene su propia concepción egocéntrica de "cultura y arte", y la quiere imponer al resto. Algunos, lo han visto como escenario para el “oportunismo” y el clientelismo Estatal. Otros, para el sostenimiento de los monopolios de poder en el campo de servicios culturales que se ofrecen al Estado y las empresas.
Vivimos el debate por esta norma bajo esta conducta clientelar y partidarista de muchos sectores. Algunos, recién intentan organizarse, pero desconocen el procedimiento, además de que otros dependen de terceros para sistematizar sus ideas, necesidades y aspiraciones, asumiendo implícitamente las reglas de los que tienen más experiencia, control y poder.
Es importante dejar en claro que no generalizo esta situación, pero es de conocimiento público - y en algunos, subrepticio-, de que existen diferencias en las ambiciones sectoriales de los artistas organizados y en relativa asociación, sin mencionar el anquilosamiento que sufren áreas que se subalternizan, y otros a los que se los ignora o desplaza.
Lógicas colonialistas
Ahora bien, el problema no es manifestar la multiplicidad de visiones de los sectores implicados, sino de la imposición de ideas y proyectos al conjunto mayor (vengan estas desde la hegemonía Estado, o de los sectores organizados, hacia el resto de manifestaciones y sectores que ejercitan el arte). Lo que me lleva a pensar en que, efectivamente, sino se define un marco epistemológico más amplio y crítico, de manera consensuada, no solo por los actores culturales – organizados bajo sus propios intereses-, sino también por el académico e institucional, seguiremos pateando aire entre todos los involucrados.
La crítica a la coyuntura de este debate, insiste en que cualquier tipo de manifestación cultural subalternizada -histórica o políticamente-, y considerada fuera de los canones del arte hegemónico ilustrado, merece ser tomado en cuenta en la dimensión inclusiva de la cultura, que se supone está inscrita en los legajos de la Constitución Política del Estado de Bolivia (CPE).
Esta otra mirada, denominada por las ciencias sociales como “giro cultural”, debe asimilarse no solo por el Estado, sino también por los propios artistas, incluyendo a los –otros- actores culturales (gestores, promotores, animadores, educadores culturales, etc.)
Arte y Paternalismo
En concordancia, según vemos los últimos años, los artistas suelen conformarse –en gran medida-, con esta fijación hacia el paternalismo de Estado, y el dependentismo de fondos de fomento, cuando la tarea más importante es que el Estado (y el empresariado privado no se exime del rol), se convierta en promotor/gestor, más que financiador, en propiciador de mecanismos de inclusión, más que de acreditador. Que sea capaz de coadyuvar en las dinámicas culturales; y los artistas -acreditados o no, por el Estado-, desarrollen sus capacidades, para vivir efectivamente de eso, es decir, de su arte, sin el asistencialismo financiero, autónomos de su creatividad y dueños de su respectivo “progreso”.
El actual debate debe encarar, más que las necesidades inmediatas de los sectores, el ambicioso diseño prospectivo que responda el cómo lo construimos entre los vinculados, y no solo entre los que tuvieron capacidad de convocatoria. No puede, ni debe (la Ley de Culturas, o la susodicha Ley del Artista), formularse a puerta cerrada con un segmento de los actores culturales sindicalizados y organizados, negando la existencia de otros miembros del conocimiento y la práctica social.
Crear comunidad, no solo es generar redes de cooperación, sino del cultivo por el reconocimiento de los (otros) que también expresan el arte de modo alterno, y la comprensión conjunta de la complejidad sociocultural. Es generar una especie de cibernética social con perspectiva intercultural.
Por su parte, el Estado debe superar las supraestructuras históricamente construidas, en la manera de hacer gestión pública de la cultura, y cambiar su modelo verticalista dependentista, por un modelo descentralizado del poder y de desarrollo endocultural.
Las entidades públicas deben ser capaces de institucionalizar su misión, y abolir la consigna politizada que genera retrocesos en cada gestión. Una de las grandes ambiciones que debería mover al inmenso colectivo de actores y protagonistas del arte y la cultura, es que estas -dependientes o no, del Estado-, se institucionalicen. Casos vemos en Perú y Chile, sin ir más lejos. Más claro, no más zapateros de cirujanos. Tomemos conciencia de que los ciudadanos somos co-responsables de que se haya naturalizado esta conducta retrógrada.
El todo es más que la suma de las partes
La idea básica es, no solo garantizar y fomentar el quehacer cultural en Bolivia para los sectores organizados, sino también el de garantizar el libre ejercicio del arte o las culturas -con los mismos derechos y obligaciones-, para quienes se encuentran indiferentes a las reglas impuestas por el Estado, o simplemente internalizan el arte como experiencia lúdica o de ocio.
Llegar a un punto de equilibrio, lleva tiempo, como todo, en un proceso de gestión de la cultura, pues la construcción, cambios de paradigmas y transformación social, no manifiestan su impacto de la noche a la mañana. Requieren primero del diseño de un proyecto cultural estratégico; (Aunque suene redundante, es también un proceso en de-construcción y re-construcción de la práctica social e institucional). Muchos confunden a este diseño como Ley Marco de Culturas, cuando este último debiera ser parte de los resultados del proceso. Por esa razón aludo con énfasis el término “estratégico”.
Con lo mencionado, tampoco afirmo que en este tiempo de lucha -de parte de sectores organizados y afines-, no se hizo nada. Es importante adjudicarlo como un background, que aporte con perspectivas y horizontes, que en respuesta, deberán ser analizados y debatidos con las partes, mucho antes de asumir conquistas y presiones frente al Estado.
Usted puede decir; eso es lógico, pero, ¿Realmente hemos empezado con lo básico, ir al principio, asumir el árbol de problemas y oportunidades entre los actores culturales (dejando de lado la riña doméstica con el Estado)? ¿No habremos supuesto que los sectores manifiestos mediáticamente son en realidad, (solo) la levadura que requiere el resto de ingredientes dispersos, anónimos y segregados? ¿No le conviene al Estado que esta apatía de los no involucrados continúe en el anonimato y el desinterés? ¿No le favorece al Estado “negociar” los beneficios de esta normativa -en simultáneo a las propuestas y exigencias de sectores con una base más racional y democrática-, con algunos de los monopolios más fuertes de servicios artísticos/culturales, a los que se los categoriza así por su poder e influencia? ¿No será que algunos sindicalismos les hacen más daño a los mismos artistas, que las acciones manifiestas por el Estado y sus propuestas? En fin, ¿Nos hemos autoevaluado? ¿Hemos percibido la compleja y ampulosa dispersión y secesión en la que los actores del arte – e involucrados- se encuentran?
Se dice que la “holística” se refiere a la forma de ver las cosas en su totalidad, en su conjunto, en su complejidad, pues de esta forma se pueden apreciar interacciones, particularidades y procesos que por lo regular no se perciben, si se estudian los aspectos que conforman el todo, por separado. De ahí que viene la frase célebre de Aristóteles con “El todo es más que la suma de las partes”. Esta mirada holística es de suma importancia para la construcción de un proyecto cultural tan grande, y de manera particular, en beneficio de los artistas.
Una alternativa de desarrollo cultural
A sí mismo, debemos de tomar consciencia respecto de ampliar -holísticamente-, la dimensión ilustrada de cultura, es decir, mirar más allá de las bellas artes y del patrimonio cultural clásico. En referencia, no está demás mencionar que se requiere vislumbrar la multidimensionalidad cultural del Desarrollo -desde el Estado y la sociedad-. Esto significa, desde las ideas de Amartya Sen, Nobel de Economía 1998, asimilar el desarrollo endógeno de los protagonistas del arte y la cultura. Es pues, en todo caso, también una cuestión cultural. Requiere en conclusión, de un cambio en la perspectiva que tenemos de la cultura.
Esto implicará, tarde o temprano – por ejemplo-, en fortalecer la economía política de la cultura -por una parte-, y por otra, cambiar el paradigma asistencialista, por un modelo de administración cultural basado en la gestión y la autodeterminación social y cultural, que son consecuencia de esta ambiciosa “Ley de Culturas”, plasmadas a posteriori en políticas de la cultura y de las artes.
Pero, exponer el uso del término “políticas” culturales, no es a raíz de la terminología trillada que está de moda en el medio, sino que son una relación intrínseca e indisoluble.
Adelanto que esta visión relacional se adentra en la comprensión del todo social o la totalidad de las relaciones sociales, que propician las áreas económica, política, social y cultural de la vida. Esto significa que la economía neoclásica está determinada, filosófica e históricamente, a partir de las relaciones sociales, en particular las relaciones de poder, determinantes en la cadena del “negocio” y la mercantilización de bienes. Y en consecuencia, en la comprensión de los procesos de producción, distribución y consumo de bienes culturales.
Una de las esferas de esta visión, relacionada con esta cadena de bienes culturales, estará cristalizada a través del paradigma de las industrias culturales. Esto deberá empujar a las instituciones académicas y estatales a fortalecer los estudios culturales, y por tanto, propiciar la investigación en el área cultural (implícito el arte), y dialógicamente, la investigación de la economía política de la cultura, puesto que ambas, en el contexto boliviano, están muy rezagadas. La ulterior tarea es reducir las desigualdades e inequidades sociales, pues son aspiraciones dentro de las ciencias sociales, en particular de la economía política y la antropología.
Pero, antes de que alguien ya intente rasgarse las vestiduras, adelanto que dicha apertura hacia la economía de la cultura, deberá concertar inexcusablemente bases para evitar la no mercantilización de la realidad cultural que no apela al comercio. La cultura, nos advierten algunos expertos, no puede reducirse a una función subsidiaria para el crecimiento económico.
Será ineludible fundar un equilibrio que no reduzca la cultura en una herramienta funcional, puesto que es una matriz social y fin en sí misma. Aunque, es innegable que existen experiencias y conocimiento en el mundo, sobre el desarrollo económico que genera la cultura per sé.
Ley para el artista
No está demás retomar algunas sugerencias. Sin profundizar en el asunto, despolitizar - en términos de partidarismo-, los objetivos de toda propuesta de “Ley de Culturas”, con una visión más inclusiva y menos parcializada. Sectores reacios a muchas organizaciones de artistas, tildan que los planteamientos presentados por estos, reducen la proposición de esta Ley de Culturas a una Ley de los artistas. Habría que reconsiderar estas críticas de profesionales e instituciones involucradas, quienes poseen otras perspectivas sobre la cultura y el arte.
Otras; prever los efectos a mediano y largo plazo (no solo los inmediatos) cuando la normativa, se promulgue y ejecute; Por otro lado, insistir y motivar a los sectores no organizados, invisibilizados y hasta apáticos con la intervención del Estado; Convocar a otras áreas conexas con el quehacer cultural; y asumir un eje interdisciplinario, que incorpore otras dimensiones del ejercicio cultural, para evitar conflictos latentes, vacíos en las norma y a posteriori contradicciones en la reglamentación. Pero la más importante de todas, garantizar el libre consumo, distribución y producción de los ciudadanos respecto del arte y la cultura, en concordancia con los que pretendan institucionalizarlo a partir de una normativa a favor de todos.
Sería interesante pensar también en la profesionalización de las artes y la cultura, en el establecimiento de los centros y espacios de formación técnica o superior, o de la homologación por competencias para su establecimiento. Aclaro que, teniendo la precaución de no omitir el reconocimiento, el fomento a la creatividad y a la libre práctica ciudadana. Y por coherencia, devolver -a las artesanías, expresiones artísticas populares o cualquier forma de subalternidad cultural-, la posición horizontal que le abrogó la herencia de la ilustración europea. Sobre todo, ahora que estamos en tiempos de pluralidad y multiculturalidad.
En consecuencia, no deseo incomodar al sector artístico, pero es necesario reflexionar sobre los intereses particulares y colectivos que cada uno de los sectores intenta visibilizar, para que este sea –por conciliación y participación social e institucional-, tomado en cuenta en la dichosa ley. Esta suerte de "llanto de bebé" al que se nos ha acostumbrado a los artistas y gestores culturales, puede convertirse en dos cosas, o en un espacio de oportunidad, o en uno, de permanente conflicto entre nosotros, sin mencionar el que se tiene eternamente con el Estado.
En fin, si no nos ponemos de acuerdo en contribuir y construir una Ley para el Artista, y no solo del Artista, seguiremos viendo disputas de mercado, una batalla de doxas escuetas, o debates banales y redundantes -al que el Estado hace oídos sordos-, que se asemejan a las controversias de muchos políticos de turno, de cara a las elecciones de este año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario